Notas

Nuevas perspectivas para pensar la relación entre jóvenes, adicciones y violencia

Un especialista en adicciones cuestiona las políticas municipales contra el tráfico de drogas

El investigador catalán Oriol Romaní Alfonso disertó en la Facultad de Sociales de la UNICEN sobre la aplicación de la Antropología en el campo de las adicciones desde su experiencia de más de 30 años en varios países europeos. En una charla extendida aceptó analizar las políticas locales adoptadas por el municipio

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Los antropólogos Oriol Romaní y Marcelo
Sarlingo en la Facso. /Foto: AC-FACSO

"No a la droga no significa nada y por desgracia es el tipo de campaña que luce mucho a quien la hace porque la gente piensa que se preocupa pero de efectividad tiene cero", fue una de las observaciones más críticas que realizó el antropólogo y especialista en el tratamiento de las adicciones, Oriol Romaní Alfonso en una entrevista brindada luego de la conferencia. El Doctor en Historia y Antropología Cultural posee una experiencia de más de 30 años en problemáticas vinculadas a juventud y género en España y otros países europeos y pasó por la Facultad de Ciencias Sociales de Olavarría para explicar su modelo de "reducción de daños" en las adicciones.

Con aquella crítica Romaní se refería, puntualmente, a la línea "0-800 Droga No", inaugurada por el municipio el pasado 1 de noviembre. Aunque Romaní tenía planeada su disertación en la ciudad desde hace dos años, la coyuntura local atravesó su exposición y el investigador accedió a abordar el debate local luego de su conferencia en una entrevista aparte con la Agencia Comunica.

"Me parecería muy bien que se aprovechara esta ocasión para poner un teléfono, pero no solo para denunciar al vendedor (porque en realidad este es el último eslabón de una cadena de una potencia económica más amplia que son todas las industrias y el tráfico de drogas ilegales) sino que se aprovechara para hacer una reflexión a fondo de qué pasa con los jóvenes en este momento aquí, y por qué algunos y no todos tienen la necesidad de tener un uso de las drogas que va más allá del recreativo. Pero para eso tiene que existir el conocimiento y la valentía de saber de lo que estamos hablando", advirtió al ser consultado por el tema. Con políticas como las del 0-800, según Romaní, "puede ser que detengan a 4 ó 5 vendedores pero la presión del mercado es muy hipócrita. El 'no a la droga' solo terminará estigmatizando aún más a los jóvenes y dificultando su acercamiento a las instituciones".

El caso Stramessi volvió a evidenciar el drama de los asesinatos de jóvenes en Olavarría que ya suman 16 en los últimos 5 años. En ese contexto, algunos funcionarios y autoridades relacionaron rápidamente a los jóvenes con las drogas y la violencia. En ese sentido, el especialista catalán aclaró que "la violencia y la muerte no están necesariamente vinculadas a los jóvenes. Lo que sí es verdad es que en las sociedades neoliberales contemporáneas a muchos jóvenes les ha tocado sufrir el peor lado. Hay muchos jóvenes muy vulnerables que precisamente son los únicos nichos que han encontrado para poder trabajar en actividades ilegales, en donde hay una violencia estructural".

Reducción de daños en lugar de prohibición

Durante la conferencia organizada por el Grupo de Antropología Médica del NURES -Núcleo Regional de Estudios Socioculturales- Romaní dejó en claro que su perspectiva sobre las drogas se construye a partir del contacto con los usuarios de heroína en Barcelona en la década del '80 y por las experiencias de los consumidores en varios países de Europa. Su visión se basa, además, en su trabajo con las políticas para el tratamiento de las adicciones con organismos públicos y privados y organizaciones no gubernamentales que completan su particular enfoque de reducción de daños.

Para comprender su planteo es necesario situarse en el contexto en el que él trabajó y que difiere mucho de las experiencias locales en materia de adicciones. Es preciso tener en cuenta, por ejemplo, que el uso de drogas en Europa no conlleva una estigmatización tan pesada para el consumidor como sí existe en Argentina. El planteo de Romaní aborda al usuario de drogas como un sujeto conocedor de sus necesidades e integrado a un contexto social, político e histórico, además de considerar sus costumbres y aspiraciones. Esta perspectiva apunta a implementar alternativas de salud a los consumidores que no pueden o no quieren dejar de consumir. Se piensa, entonces, en medidas que disminuyan la mortalidad, el riesgo de infección por VIH u otros agentes infecciosos o la reducción de la marginalidad entre otros aspectos mediante la información.

Su mirada cuestiona el modelo prohibicionista de las drogas por considerar que lo asocia al delito y la estigmatización. Romaní propone repensar "la droga" desde su legalización en pos de facilitar una intervención pública realista y responsable en los usuarios con problemas relacionados a las drogas, ya que considera que no todos los consumidores llegan a tener dificultades y que esa instancia depende de cuánto estén satisfechas sus necesidades económicas y personales.

"'Las drogas', es un ente fantasmagórico y sirve para no explicar los problemas de inserción social en la juventud, los problemas de los sectores más vulnerables, la incapacidad de acompañar al otro. El uso de la heroína para mucha gente es una forma de paliar el dolor de vivir. El uso de las drogas ayuda a mucha gente a disfrutar un aspecto de la vida sin que en ello se vaya la vida. Es decir; que en vez de beber alcohol se fume un porro no significa necesariamente una cantidad de problemas". El discurso prohibicionista basado en la prevención por temor no ha sido capaz, según él, de llegar a los jóvenes. "No ha funcionado la transmisión del miedo como estrategia de prevención", subrayó.

Romaní cuestiona también la noción de sobredosis. "No es una expresión exacta sino que es la reacción aguda al uso de drogas endovenosas. Por ejemplo, una persona que ya está muy débil, que ha comido muy mal y que está infectada, un día se 'pincha' y le da un 'patatús'. Esta es la reacción aguda que podía ser mortal y no tenía por qué ser sobredosis".

"En Argentina se está viviendo un momento interesante ya que se está intentando cambiar algunas leyes sobre las drogas, se está tratando de cambiar el discurso de las drogas. Esto salta al público y el discurso fantasmagórico de la droga deja lugar a un discurso mas real", concluyó. / AC-FACSO


El enfoque de reducción de daños frente a las políticas de represión

Por Marcelo Sarlingo*

En los '80, tras la dictadura franquista, las redes internacionales de tráfico de drogas lograron vulnerar Europa y generar un mercado de consumo preferencial: el de las jóvenes generaciones inmersas en el Estado de Bienestar de la posguerra. El efecto social fue catastrófico: prácticamente toda una generación destruida, de manera muy conveniente para ciertos sectores que políticos se beneficiaron del "pasotismo" —el no compromiso con nada, "pasar de todo"— y del inmovilismo juvenil en relación a las prácticas políticas colectivas.

La magnitud del fenómeno del consumo de drogas y su uso público en países como España, Suiza, Holanda y en menor medida, Italia y Francia (que incluían escenarios de consumo de drogas duras en espacios urbanos como parques y polígonos industriales abandonados) obligó a las dirigencias a un replanteo de la temática. En los ´90 se consensuaron políticas públicas basadas en cuatro objetivos básicos: 1) reducir el número de nuevos consumidores (prevención); 2) aumentar el número de desintoxicaciones exitosas (terapia); 3) restringir los daños de salud y la exclusión social de los usuarios (ayuda a la supervivencia y reducción de riesgos); y 4) proteger a la sociedad de las consecuencias nefastas de la droga y luchar contra el crimen organizado (represión). La primera dificultad fue, y sigue siendo, la estrecha cooperación entre los servicios sociales y la policía, respetando al mismo tiempo una estricta separación entre sus campos específicos de intervención.

En la prevención, el abordaje no hace distinción (con mucha inteligencia) entre drogas legales e ilegales, presumiendo que las causas de su consumo son idénticas. Se plantea que la prevención debe fortalecer la confianza de los niños, de los adolescentes e incluso de los adultos con el fin de impedirles consumir drogas y estimularlos a un modo de vida que no perjudique su salud. Como complemento, se trata de entrar en contacto con los consumidores ocasionales de drogas, para incitarlos a no convertirse en consumidores habituales.

En el campo de la represión, el acento está puesto sobre la lucha contra el comercio de la droga y el blanqueo de dinero con la creación de nuevos instrumentos legislativos. La represión ya no se focaliza entonces en los usuarios de drogas ilícitas. Y las terapias apuntan a tratar, seguir y finalmente llevar a los toxicómanos a la abstinencia y ayudarlos a reinsertarse en la sociedad. No existe una terapia aplicable en forma general a los toxicómanos, lo que implica la constitución de una gama de oferta terapéutica bastante amplia. La experiencia muestra que se necesitan en promedio diez años y varios intentos para que un usuario de drogas duras se "desenganche".

Siendo la voluntad de salir el factor clave, la tarea del trabajador social consiste esencialmente en incitar al toxicómano a aceptar la realización de una terapia. Y la del antropólogo reconstruir, a través de un discurso comprensible, la visión interna y la complejidad de las prácticas de los adictos de todas las clases sociales. Una visión de la problemática sin prejuicios y basada en hechos es el punto de partida de cualquier intervención, y aquí la descripción etnográfica —como descripción de la visión del mundo que poseen los afectados por cualquier fenómeno— vale mucho más que cualquier encuesta o acumulación de cifras.

A partir del trabajo de antropólogos como Oriol Romaní, las maneras de acercarse a estos grupos de adictos se fueron conociendo en otros lugares del mundo. A mediados de los ´90 se empezó a conversar la cuestión en Argentina y comenzaron a formarse técnicamente personas comprometidas con este enfoque. Un ejemplo local es el Programa de Reducción de Daños del Centro de Estudios Avanzados en Drogodependencias y Sida (CEADS) de la Universidad de Rosario. El CEADS apunta en un primer momento a distribuir 500 kits equipados con una jeringa, una aguja, un recipiente esterilizado para preparar la droga, agua destilada y algodón. Incluye un folleto que explica cómo evitar sobredosis, cómo buscar venas para no infectarse y en qué zonas del cuerpo es conveniente "picarse".

También la ciudad de Buenos Aires implementó a partir de este año un programa de reducción de daños en los hospitales Muñiz y Rivadavia, apuntando a reducir los contagios de enfermedades, sustituir drogas ilegales por recetadas, disminuir las muertes por sobredosis y llevar los programas educativos a las villas y barrios carenciados de la ciudad. Pero estas experiencias apenas prosiguen trabajosamente luego de diez años ya que el ostentoso fracaso latinoamericano de las políticas represivas dirigidas al control social y político de las masas empobrecidas y enmascaradas con los slógans de la "guerra contra la droga" en México, Colombia y otros países ha generado que las densas zonas urbanas de Argentina sean nuevos mercados y refugios de sectores cartelizados que aprovechan para insertarse la corrupción policial y la falta de horizontes de muchos sectores que aún no han podido integrarse estructuralmente a un proyecto colectivo.

*Antropólogo y trabajador social. Máster en Gestión Ambiental del Desarrollo Urbano, Doctor en Filosofía e investigador del Núcleo Regional de Estudios Socioculturales de la Facultad de Ciencias Sociales./AC-FACSO