Notas

Ser madres y padres en la adolescencia

Repensar la procreación joven

La tesista de la carrera de investigación en comunicación, Mayra Salazar, propone deconstruir el abordaje de la paternidad y la maternidad en la adolescencia. Advierte, entre otros puntos, sobre la necesidad de reconsiderar los enfoques que presentan la cuestión en términos de "flagelo" y aclara que no en todos los casos los y las jóvenes experimentan la procreación como un "problema"

(Este artículo complementa a otro titulado "De chicos y chicas a padres y madres")

Por Mayra Salazar*

La procreación joven es uno de estos temas cuyo abordaje - tanto desde las políticas públicas como desde los programas de investigación científica - hay que repensar porque está plagado de sentidos comunes que simplifican las explicaciones construyendo estereotipos sobre los y las jóvenes en relación a su experiencia del género y sexualidad en el cruce con otras inscripciones como la clase, la residencia en el campo o la ciudad, la etnia. Una de las primeras cosas a considerar es que ser madre o padre joven no siempre tuvo un estatuto de "problema", ya que lo que conocemos como "juventud" – esto es, un período vital comprendido aproximadamente entre los 13 y los 29 años, definido en términos relacionales por oposición al mundo de la niñez y la adultez, sujeto a definiciones, obligaciones interpelaciones y regulaciones específicas casi siempre elaboradas por los adultos- tampoco existió siempre. Indaguemos entre nuestras abuelas y lo más común es que descubramos que muchas de ellas fueron madres entre los 13 y los 18, 20 años. Y esto independientemente de la clase social, clivaje que casi siempre es invocado a priorísticamente al momento de hablar de procreación adolescente. Con estas afirmaciones no se propone ni se niega que ser madre/padre joven comporte hoy determinadas dificultades ni que no exista ningún tipo de relación entre vulnerabilidad socioeconómica y maternidad/paternidad adolescente. Lo que se pretende es llamar la atención acerca del carácter sociohistórico de esta cuestión poniendo en conflicto estos discursos que son asumidos como naturales ya que al no cuestionárselos, se constituyen en la fuente de la cual se nutren y que al mismo tiempo alimenta y refuerza conceptos discriminadores, segregadores y estigmatizantes acerca los jóvenes , sus prácticas sexuales y reproductivas y sus condiciones de vida. Hay una tendencia a adosar a la condición juvenil determinados asuntos que son problemáticos para todo el conjunto social. Entonces tenemos "el flagelo del embarazo adolescente", el "flagelo de la desocupación juvenil", el "problema de la violencia juvenil", "el problema de la delincuencia juvenil". Problemas que, tendrán sí, una expresión particular en los y las jóvenes pero que no vienen necesariamente adosados a la experiencia juvenil.

"Se jodió la vida con ese bebé", "era sabido que iba a terminar así", "que querés, si la madre la tuvo a los 15", "te da pena verla con esa criatura en brazos", ''que va a saber de criar chicos, si no sabe ni lavarse los calzones". Todas estas son frases, pronunciadas por lo general por adultos con connotaciones claramente negativas sobre la experiencia de la procreación joven. Son pre-juicios con efectos negativos y negativizantes. Niegan la posibilidad de haber deseado ese hijo/a – la experiencia de trabajo campo con jóvenes de sectores populares (clase media y media baja) indica que muchas veces las chicas y los chicos eligen la maternidad/paternidad como proyecto para "no sentirse solos/as" o porque "un hijo es algo tuyo"- ; niegan la capacidad de crianza -cuando en lo concreto la mayoría, sobre todo las chicas han colaborado activamente con sus madres en la crianza de sus hermanos menores-. Además, se oblitera la mirada al identificar como los únicos agentes del "problema" a los/as jóvenes mismos, soslayando que la distribución desigual de la riqueza genera problemas estructurales como el desigual acceso a los bienes materiales y simbólicos que puedan garantizar la posibilidad de considerar otras alternativas vitales o decidir cuándo y cómo ejercer la maternidad/paternidad. Lo que hay que cuestionar en este punto es si convertirse en madres/padres condena inexorablemente a los y las jóvenes a vivir o permanecer en la pobreza o si en cambio es la vulnerabilidad social y económica y las reacciones de los adultos las que hacen dificultosa la experiencia de ser madres y padres jóvenes.

También se obvia la violencia sexual. Un alto porcentaje de embarazos adolescentes son producto del sometimiento sexual. Ya sea violaciones o sometimiento ejercido psicológicamente por varones –con frecuencia bastante mayores que las chicas-que muchas veces es asumido por las mujeres jóvenes como una característica de la relación de noviazgo. No hay que olvidar en este punto los obstáculos que concretamente imponen instituciones como el poder legislativo y la iglesia católica al cumplimiento de la normativa existente que autoriza la interrupción del embarazo en niñas y adolescentes en estos casos, sometiendo a las jóvenes a una humillación psicoemocional que vulnera aún más su situación y sus condiciones de vida.

Una "paternidad adolescente" invisible

Es muy importante a considerar, además, que, reforzando el punto de vista patriarcal que asocia inevitablemente la feminidad con la maternidad y que legitima el deslinde de responsabilidades en la crianza de los hijos por parte de los varones, son pocas las veces que se incluye en la cuestión de la procreación joven a los varones, es decir casi nunca se habla – también- de "paternidad adolescente". Una vez más, esto es así tanto desde los análisis científicos, como desde las políticas públicas y los medios masivos de comunicación. Se feminiza la cuestión. Es por ello que el problema se menciona como "maternidad adolescente" o se dice que las chicas "se embarazan", como si embarazarse fuera – podríamos dejar en suspenso el tema de la inseminación artificial en mujeres que deciden ser madres solteras o parejas de lesbianas que desean ejercer la maternidad recurriendo a este método - un acto cuasi volitivo que corre por cuenta y cargo únicamente de las chicas.

En estos discursos la juventud es definida desde un sociocentrismo de clase – media y alta- que refuerza esta idea de que ser joven y ser madre o padre es un problema. Hemos comprobado en el trabajo de campo con jóvenes y sus familias de sectores populares que actividades como el trabajo o reproducción y la crianza de niños definen el pasaje a la adultez sin ser pensadas en términos de conflicto u obstáculo. Recuerdo que más de una vez mis informantes me han preguntado '¿Y vos? ¿Qué esperás para tener chicos?' En aquel momento, con 23 años, me consideraba a mí misma muy chica para ejercer la maternidad.

Hay que pensar con responsabilidad y sentido crítico cuáles son las implicancias sociopolíticas, los efectos ideológicos de estos discursos que circulan y que muchas veces los y las jóvenes internalizan –aunque también claro, resignifican y resisten- en su vida cotidiana. La estigmatización que provocan en los y las jóvenes lleva consigo la idea de peligrosidad, riesgo y temor como intrínsecas al ejercicio de la sexualidad y la meternidad/paternidad, por lo que estas representaciones sobre los jóvenes acaban teniendo un efecto de control social que, moralizando las prácticas sexuales, normativiza. Demarca lo apropiado de lo inapropiado en materia de sexualidad y establece cuáles son los mandatos de género a cumplir para los chicos y las chicas. Promueve una regulación sexo-genérica, que muy lejos está de resolver las dificultades concretas que a los chicos y chicas se les presentan cotidianamente en el ejercicio de su sexualidad. Como dijimos, no es nuestra intención soslayar las contrariedades que objetivamente existen para muchos/as jóvenes al momento de afrontar la crianza de un hijo/a ya sea una concepción deseada o indeseada. Al contrario, hemos constatado que existen y que son muchas. Pero son de diversa índole según las circunstancias y condiciones de vida de los y las jóvenes y muchas veces, esas dificultades no se corresponden con las que definen los adultos. Y es cierto también que a la gran mayoría les faltó espacios de reconocimiento y que llegaron a la situación de madres y/o padres con derechos vulnerados: ya sea a vivir en condiciones dignas, a ir a la escuela, a tener información, a jugar y divertirse, a ser escuchados/as. Y hoy, después de la batalla de muchos sectores podemos decir que también existe el derecho a recibir educación sexual integral de manera obligatoria en los espacios educativos. Ahora bien, para pensar en políticas sociales integrales efectivas, es necesario correr el foco y no pensar en "combatir" el "flagelo" del "embarazo adolescente" sino pensar en estrategias realmente participativas que incluyan la perspectiva de los y las jóvenes acerca de qué piensan y cómo viven la experiencia de la sexualidad en vinculación con sus actuaciones de género, cuáles son sus representaciones sobre instituciones como el noviazgo y los modelos de familia y las relaciones entre hombres y mujeres, cuáles son sus deseos, sus expectativas, sus sueños, sus frustraciones, sus temores y necesidades. Y no es una declamación voluntarista. Tiene una finalidad práctica y que muchas experiencias comunitarias comprueban: poder elaborar con criterios empíricos y desde el enfoque de derechos herramientas tendientes a que los chicos y chicas se fortalezcan y tengan márgenes más amplios para decidir si, y cómo y cuándo, convertirse en madres/padres en el contexto material y simbólico en el que se desarrolla la cotidianeidad de sus vidas. Es cierto que actualmente circula más información sobre sexualidad y procreación que cuando nuestros padres fueron jóvenes, pero si esa información no se traduce en palabra activa, en recurso para la acción, es decir en poder de poco o de casi nada sirve. /AZ-FACSO

*Tesista de carrera de Comunicación Social, con orientación en investigación forma parte del Núcleo Regional de Estudios Sociales (NuReS) del departamento de Antropología Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires y coordina el Centro de Día municipal Miwe, donde asisten niños, niñas y adolescentes.