Notas

Sierra Chica, hinchada grande

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La hinchada del CASC/ Foto: Noelia Botasi

El equipo de fútbol del Club Atlético Sierra Chica reavivó la pasión de sus seguidores después de casi cuatro años de inactividad. Con su hinchada resurgió también el aletargado pueblo. Ahora los vecinos tienen una buena excusa para reunirse: trabajar juntos en la campaña del club de sus amores

"Al ser el club del pueblo el sentimiento se pasa de generación en generación", destaca Juan Domingo "Toro" Marinangeli, de 60 años, una de las figuras más representativas del Club Atlético Sierra Chica (CASC). Fue jugador y, como es tradición en su familia, conforma la comisión directiva. Vive al lado del club y comparte junto a su núcleo familiar la pasión por la camiseta blanca con la banda azul que los identifica. La gran mayoría de las familias sierrachiquenses comparten la misma afición.

Marinangeli explica que "el club del pueblo reúne los lazos de la comunidad porque es el lugar de encuentro en donde se aúnan los sentimientos, las demandas y necesidades. Es el lugar de paso y a la vez el espacio para estar". Y con ese sentido se creó. Por los años '30, los vecinos de la pequeña localidad —ubicada a unos 10 kilómetros de la ciudad de Olavarría y con unos 3.300 habitantes— empezaron a inquietarse por crear un espacio social que funcionase como lugar de encuentro y dispersión. Ese deseo se concretó en 1932 con el nacimiento del Club Social y Deportivo Sierra Chica que en poco tiempo se convirtió en el baluarte de la vida social del pueblo.

Luego de muchos años de esplendor deportivo y con su último título en fútbol alcanzado en 1993, cesó la actividad futbolística después de 30 años consecutivos y se apagó de a poco el ánimo de los socios vitalicios. "El club quedó desafiliado de la liga local por deudas en 2003 y desde la comisión directiva se tomó la decisión de cerrar las puertas a toda actividad", relata apenado Marinageli. El glorioso Atlético de Sierra Chica entró en un período de recesión, una de sus principales razones de ser ya no existía y la gente de a poco dejó de acercarse.

Durante cuatro años cada domingo el pueblo sintió la tristeza de ver su cancha vacía, los hinchas se adormecieron y en las calles sólo se escuchó el eco del silencio. Hasta que el 1 de junio de 2007 un grupo de socios se reunió para hacer resurgir el club. "Se armó una comisión normalizadora para discutir los pasos a seguir, se consiguió la cantidad de socios necesarios para reabrir el lugar como sociedad intermedia y se eligió la comisión directiva", recuerda con detalle Marinangeli. Fue entonces cuando se devolvió al club su actividad social y deportiva. "Se volvió a hablar de fútbol y el pueblo entero se empezó a enganchar de nuevo, en las calles se volvieron a escuchar las anécdotas de los tiempos de esplendor del club", enfatiza el hincha Agustín Zeballos de 22 años.

Gracias a las jornadas solidarias en la que participaron todos los sierrachiquenses, se lograron grandes avances para reactivar el funcionamiento del club. Se organizaron cenas y bailes; carreras de mountain bike y de sortijas; se vendieron bonos contribución y rifas y se reanudaron las loterías familiares. Con el esfuerzo de toda la comunidad y el dinero recaudado se refaccionaron las instalaciones de todo el club.

En 2010 se restablecieron las prácticas deportivas. Junto al CEF Nº 100 se llevan a cabo clases de gimnasia deportiva y baile, entre otras actividades. Ese mismo año se organizaron cinco divisiones de inferiores de fútbol y las categorías menores comenzaron a competir con los colores de Sierra Chica en los torneos regionales. Con el tiempo un grupo de jóvenes armó un equipo para participar de la Liga Amateur de Fútbol Independiente de Olavarría (LAFIO) que representa a la Primera B, lo que fue el puntapié inicial para soñar con rearmar el equipo de primera división.

Un año más tarde y después de haberse coronado campeones en la LAFIO, el CASC pudo concretar el sueño compartido de salir a la cancha con su equipo de primera a defender los colores blanco y azul. Pero el club iba por más, anhelaba jugar en su propia cancha y este ideal requería de una inversión mayor porque necesitaban rodear el estadio de alambrado olímpico. Esto requirió una vez más del esfuerzo y el trabajo conjunto del pueblo. "Como no había un sponsor fuerte que pudiera bancar la inversión para hacer el cerco perimetral, el pueblo entero se movilizó. Se hizo un bono contribución de 100 pesos para cerrar el estadio y se empezó a cobrar las afiliaciones con una cuota de 10 pesos por mes", recuerda Emilio Occhi, de 23 años seguidor del Atlético Sierra Chica.

Finalmente el Club pudo cumplir con todas sus ilusiones y pocos meses después reinauguró el estadio "Pedro Iriart Legorburu", con una tribuna repleta de hinchas, cada uno con su camiseta, una bandera en la mano y bengalas azules para celebrar con un festejo popular el renacimiento del fútbol y del pueblo. "El fútbol no sólo unió al pueblo y lo revivió, también lo hizo con el campeonato local. Sierra Chica le metió color con la gente: cada uno con su camiseta, con papelitos y canciones populares de la cancha", destaca Martín Ditz, de 23 años.

Resignar todo por los colores

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La bandera con los colores del CASC/
Foto: Noelia Botasi

Matías Mignone tiene 21 años, nació en Sierra Chica y actualmente es el capitán del equipo de primera de fútbol. Su regreso al CASC no fue fácil, debió pelear con la cabeza por aquello que anhelaba en su corazón. Jugaba en inferiores cuando el club de su pueblo cerró las puertas y decidió seguir su carrera futbolística en el Club Atlético Estudiantes (CAE). "Junto a tres amigos nos fuimos de Sierra a Estudiantes, ahí nos iniciamos. Yo seguí porque tuve constancia y llegué a jugar en primera. Cuando volvió Sierra Chica vi que movía al pueblo y me revivieron las ganas de jugar en mi club, que siempre estuvieron", confiesa.

Por cuestiones ajenas a su decisión debió seguir jugando para Estudiantes. "La dirigencia de allá contaba conmigo y no me pude venir a Sierra enseguida", justifica con tristeza. El primer partido que le tocó jugar al CASC en la primera división fue contra Estudiantes y Matías se vio envuelto en una encrucijada. "Jugar en contra de mi pueblo fue feo porque futbolísticamente tenía que tener la cabeza en Estudiantes pero mi corazón estaba con el equipo de Sierra".

Finalmente, luego de mucha insistencia por parte del jugador y de Sierra Chica, el CAE decidió cederlo en préstamo por una temporada. "Gracias a Dios la gente de Estudiantes entendió que yo necesitaba y quería estar acá y me dio en préstamo hasta diciembre. Siempre voy a estar agradecido con el club por todo lo que me brindaron esos años, futbolísticamente yo me debo al CAE", admite Matías.

A pesar de que resignó muchas comodidades, el capitán del equipo valora el esfuerzo del club y el reconocimiento de su pueblo. "Acá jugamos por la camiseta no por la plata. En Estudiantes yo cobraba, me compraban botines, me pagaban pasajes, tenía kinesiólogo y resigné todo por mis colores". Para Matías jugar en el equipo del pueblo que lo vio crecer es un sueño cumplido y más aún por haber jugado el clásico. "Fue el día más feliz de mi vida, cumplí el sueño de jugar en la primera del equipo del club de mi pueblo y de jugar contra Hinojo, tuve la suerte de convertir el primer gol, fue una sensación inexplicable y de alegría eterna, fue llorar de la emoción".

El fútbol en Sierra Chica reunió a las familias, los amigos, los vecinos, a todo el pueblo en el sentimiento compartido por la camiseta. "Acá la gente tira para adelante en las buenas y en las malas, después de los partidos todos se reúnen afuera del club para aplaudir a los jugadores por todo lo que ponen en la cancha y por apostar por un club que no les ofrece plata sino el reconocimiento y el cariño de toda una comunidad", concluye Matías./ AC- FACSO