Ciencia

Un recorrido sociohistórico

¿Eran nuestros antepasados veganos?

La incorporación de la carne a la dieta humana nos salvó de la extinción hace 130.000 años, pero desde inicios del siglo XXI el vegetarianismo y el veganismo crecen. ¿Por qué? La arqueología y la paleoantropología investigan cómo la alimentación fue cambiando en la historia y el modo en que esas decisiones afectaron nuestra calidad de vida.

Florencia Quiñones (*)

En el país del asado más del 12% de la población es vegetariana o vegana, según un estudio de la Unión Vegana Argentina de 2020. Este porcentaje tuvo un aumento del 3% respecto del año anterior, y otro 12% se han declarado como flexitarianos, es decir que han disminuido sustancialmente el consumo de carnes. Los motivos que llevan a tomar este estilo de vida pueden ser diversos: éticos, medioambientales, relacionados con las creencias, ideológicos y de salud, entre otros.

Resulta interesante cuestionar el por qué del aumento de estas dietas y desde dónde nace su implementación. ¿Siempre hubo veganos en la sociedad? ¿A partir de cuando existe la opción de no comer animales? ¿A qué se debe esta elección dietaria? Según la Unión Vegana Argentina, los primeros indicios del veganismo datan aproximadamente del año 1944 cuando Donald Watson publicó el primer número de la revista “The Vegan News” y diferenció este término de lo que era el vegetarianismo con la intención de eliminar la controversia que existía. A partir de esos momentos se comenzó a llevar adelante esta ideología y poco a poco se estableció en la sociedad, llegando a nuestro país décadas más tarde. “En Argentina el movimiento vegano no cuenta con una historia ni una trascendencia muy desarrollada, recién en marzo del 2000 se fundó nuestra organización con la iniciativa de reunir a quienes mantenían este estilo de vida y promover el movimiento” enunció Manuel Alfredo Martí, fundador y director de la UVA, quien se proclama a sí mismo como defensor de los derechos de los animales desde hace más de 40 años.

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Desde disciplinas como la arqueología, encargada de estudiar e interpretar las sociedades humanas del pasado a través de los restos materiales que las mismas han dejado, podemos advertir y dar respuestas a las interrogantes que surgen sobre estas cuestiones. Por su parte, la paleoantropología, rama de la antropología que busca analizar la evolución humana para revelar el surgimiento de los humanos modernos y los cambios que tuvo en su proceso, también puede brindar herramientas que permitan ahondar en las dietas prehistóricas. Si bien resulta complicado para los profesionales de estas disciplinas evaluar con detalle las características específicas de las dietas de las poblaciones, sí se tienen registros y conocimientos sobre tendencias generales de la alimentación que nuestros antepasados mantenían.
Se conoce que hace aproximadamente 130.000 años atrás, en la parte este de África, el humano anatómicamente moderno evolucionó como especie humana del Homo sapiens y adquirió un modo de supervivencia cazadora recolectora. Es en aquellos momentos cuando se dio la incorporación del consumo de carnes en el modo de vida de estas poblaciones para obtener las proteínas que les resultaban necesarias. Esto los diferenció en gran medida de sus antepasados, los cuales mantenían una vida arborícola y una dieta frugívora basada solamente en frutas y verduras. “Con la incorporación de la proteína animal hay un salto muy importante a nivel de desarrollo cognitivo motor y transformación de nuestro fenotipo y de nuestra estructura músculo-esqueletal”, advierte Gustavo Flensborg, Licenciado en Antropología con orientación en Arqueología, docente en la FACSO e investigador del Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Paleontológicas del Cuaternario Pampeano (INCUAPA) y del CONICET.

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Los restos óseos y materiales permiten conocer cómo era su alimentación.


Las proteínas cárnicas derivaban no solo de la carne de los animales, sino también de los órganos y de la grasa próxima a los huesos de aquellos seres vivos. Las poblaciones consumían aquellos animales que se encontraban disponibles en su entorno, tanto terrestres como marinos. Según el investigador, la incorporación de la proteína animal “lo que permitió fue mayor desarrollo del cerebro, mayor desarrollo del área cognitiva, diversificación de los modos de exploración de espacios y de los recursos que había en aquel entonces”.
Más adelante, en el Neolítico – hace unos 10.000 años atrás -, las poblaciones comenzaron a practicar el sedentarismo e incorporaron en su estilo de vida la producción de cultivos en tierra alrededor de sus aldeas. Estas nuevas prácticas generaron grandes modificaciones en la dieta y cambios importantes en la salud de los grupos humanos ya que el anexo de nuevos alimentos, como por ejemplo el maíz, llevaron a incluir un aporte de carbohidratos y azúcares en el organismo. “La agricultura pudo tener origen gracias a la gran demanda de alimento y, por tanto, a la escasez de proteína animal causada por la elevada actividad de caza y a fenómenos de índole climática”, explica el investigador Rubén Rosales Escalante en una publicación acerca del rol de la agricultura en la evolución del ser humano. Ya el consumo no se dividía un 50% en recursos silvestres y el otro 50% en la carne, sino que los cultivos propios comenzaron a adquirir un mayor protagonismo en su alimentación diaria. De igual forma, eso no quiere decir que existió un abandono por completo de la proteína animal bajo ninguna circunstancia.

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De esta manera, desde que se incorporó el consumo de carnes en nuestra alimentación habitual, nunca se dejó de consumirla de forma masiva. Flensborg afirma que el veganismo “es una elección cultural y una decisión que forma parte de la sociedad moderna, por lo que era impensado antes la elección dietaría”. El vegetarianismo y el veganismo son aún minorías que surgieron hace pocas décadas, pero en la historia de la humanidad comer carne fue un viaje de ida. Sí está documentado etnográficamente que dentro de algunas comunidades existían ciertos recursos que no se utilizaban para el consumo humano a pesar de que estuvieran disponibles en el ambiente, pero aquello tenía que ver con cuestiones religiosas y conceptos de creencias que se mantenían dentro de una cosmovisión. Un ejemplo de ello es el no consumo de la vaca en India, ya que se la percibe como un animal sagrado y símbolo de fertilidad. En conclusión, “existe un balance de muchas cosas que se deben considerar al momento de abordar las dietas de aquellos grupos: lo cultural, lo fisiológico, lo nutricional y su estilo de vida” finaliza.

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Los cambios en la dieta relatados anteriormente generaron modificaciones a nivel morfológico, tales como la variación en los cráneos de los individuos y las exigencias en el aparato musculo esqueletal facial para procesar y masticar los alimentos. Las diferencias existentes entre las formas de los cráneos no necesariamente implican que hayan pertenecido a poblaciones contrarias, sino que aquellos seres humanos mantuvieron dietas distintas y disímiles adaptaciones climáticas. Por otro lado, en relación al aparato bucal, con el consumo de carbohidratos posterior a la agricultura y el posicionamiento de estos como principal fuente de combustible del organismo, comenzaron a aparecer las caries en los dientes. Esta es una cuestión que influye en el vegetarianismo y el veganismo, ya que las personas que mantienen este tipo de alimentación suelen consumir grandes proporciones de carbohidratos (pastas, arroz, pan, tubérculos, etc.) por lo que deben tener mayores cuidados en el mantenimiento de su salud bucal y ósea.
En conclusión, el consumo de carne fue vital en la evolución humana y constituyó un factor determinante en la supervivencia de nuestra especie ya que nos permitió ganar masa muscular, adquirir fuerza para las actividades cotidianas y establecer nuestras facultades cognitivas. Resulta interesante culminar haciendo una reflexión de qué hubiera pasado si nuestros antepasados no hubiesen comido aquellas proteínas animales, y a día de hoy qué consecuencias físicas pueden atravesar en su organismo los vegetarianos y veganos debido a su ausencia. ¿Priorizamos nuestra salud manteniendo una dieta que incluya todo tipo de alimentos que conocemos su procedencia, o valoramos la empatía y el esfuerzo por mejorar el planeta en el que vivimos optando por alimentos ultra procesados y suplementos vitamínicos? La decisión es personal, pero desde la ciencia se afirma que sin el consumo de carnes hoy no estaríamos acá.

La importancia de los suplementos vitamínicos en el veganismo

Un estudio realizado en el Hospital Nacional de Pediatría Prof. Dr. Juan P. Garrahan dio a conocer que “los lactantes hijos de madres veganas tienen mayor riesgo de deficiencia grave de vitamina B12 y son más lábiles ante sus efectos”, lo que llevó a cuestionar si este tipo de alimentación es acorde para la nutrición de los infantes. Como refleja el gráfico de la Unión Vegana Argentina (tabla 1), la mayoría de las personas veganas en nuestro país pertenecen al género femenino y se encuentran en edad reproductiva, por lo cual es un problema al que debemos prestarle atención.

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Tabla 1: La mayoría de las personas veganas en Argentina son mujeres de entre 35 a 49 años que viven en las zonas del interior de nuestro país


La Licenciada en Nutrición Marcela Manuzza afirma que existen múltiples mitos sobre el veganismo durante la lactancia, el embarazo y la infancia, que se dan por el poco conocimiento que se tiene sobre esta alimentación sumado a los prejuicios existentes. “Recibo muchos pacientitos que se les despierta la necesidad de no comer carne y los padres se desesperan porque no saben cómo reemplazarlo” sostiene, evidenciando la gran cantidad de niños veganos hoy en día.
“En la consulta trato de tranquilizar a los padres diciendo que no se preocupen que desde la nutrición podemos armar una alimentación para que se cubra absolutamente todo con una adecuada fuente de B12” afirma. El suplemento vitamínico es esencial, debido a que la B12 solo se encuentra en carnes y productos de origen animal y quienes no consumen esos alimentos deben ingerir comprimidos diarios para evitar deficiencias nutricionales. Como afirman desde el Garrahan, es fundamental “suplir a las madres veganas desde antes de la concepción y destacar la importancia de considerar el déficit de B12 como diagnóstico diferencial en los niños pequeños con enfermedad neurológica”.

(*) Nota realizada para la Cátedra Periodismo Científico de la carrera de Periodismo de la Facso.