CONABIP en alerta
Las bibliotecas populares no se rinden
El gobierno nacional eliminó la autonomía de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares mediante el decreto 345/25, lo que genera incertidumbre en las bibliotecas de todo el país. En Olavarría, el trabajo invisible de los voluntarios sostiene estos espacios que no son solo estanterías con libros: son refugios de cultura y encuentro.
Milena Galiano (*)
Dicen que cuando Sarmiento llegó a la presidencia no pidió un sillón tallado ni un despacho cómodo. Pidió libros. Además, fundó escuelas y bibliotecas populares. Porque si de algo estaba seguro, era de que un pueblo que lee y piensa, es un pueblo que se defiende.
Las bibliotecas populares en Argentina son herederas de esa idea. Incluso 155 años después, siguen ahí, en cada rincón del país. Algunas en casas antiguas, otras en salones prestados, muchas, como en Olavarría, sostenidas por el trabajo invisible de voluntarios que, día tras día, levantan un refugio para la cultura.
Pero ahora, ese refugio tiembla por la incertidumbre. La incertidumbre que dejó el decreto 345/25 del gobierno nacional, el cual elimina la autarquía de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (CONABIP), el organismo que –desde hace más de un siglo– sostiene a las bibliotecas populares de todo el país. Con esta medida, la CONABIP pierde su capacidad de administrar sus propios fondos y tomar decisiones de forma independiente.
“Lo más grave no es solo la plata. Es que se pierde la mirada federal, la posibilidad de que las decisiones se tomen escuchando a todos”, dice, con angustia, Andrea Fernández, una de las referentes de la biblioteca popular “Del otro lado del árbol”.
Porque sin la CONABIP tal como la conocemos, se esfuman los subsidios para comprar libros al 50% en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, los fondos para reparar techos, pagar la luz o mantener los talleres. Desaparece, sobre todo, la posibilidad de que cada rincón del país tenga voz propia en las políticas culturales.
Andrea Daghero, Andrea Fernández y Elsa Leal, integrante de la Biblioteca Del otro lado del Arbol.
En Olavarría, hay más de una decena de bibliotecas populares. Todas comparten una misma realidad: sin el apoyo del Estado, el esfuerzo de los voluntarios no alcanza. “Nuestra lucha hoy es ésta: estar acá, sostener, acompañar, bueno, un poco el trabajito de hormiga”, comparte Andrea Daghero, también referente de la biblioteca “Del otro lado del árbol”.
Las bibliotecas populares son, en esencia, un trabajo de hormiga. Lo sabe Alejandra Dublanc, que dedicó 24 años a la Biblioteca “Collinet” y hoy la sigue sosteniendo desde la comisión directiva. “Tanto esfuerzo sin la CONABIP no daría los mismos resultados”, dice. La incertidumbre, agrega, cala hondo: “La posible pérdida de autonomía de esta entidad, genera en las bibliotecas populares una clara sensación de desprecio, impotencia e incertidumbre acerca del futuro de las mismas”.
Este trabajo minucioso, invisible, hecho de planillas, papeles en regla, recaudaciones modestas y voluntariado puro, es lo que permite que hoy, en Olavarría, chicos y grandes encuentren un lugar para leer, estudiar, compartir un mate o escribir un poema. Son espacios que no se guían por la lógica del mercado. Donde se entra sin tener que pagar, donde no importa si hay plata en el bolsillo, sino ganas de aprender y de compartir.
Bautista, bibliotecario de la “Crucero General Belgrano”, lo resume así: “Recortar la cultura es un gran retroceso. Porque en la cultura, en lo popular, están los cambios. Las bibliotecas no son sólo libros. Si hay un objeto que no se lee, que no se discute, que no se dialoga, es un objeto muerto. Las bibliotecas son mucho más. Son espacios de encuentro, de discusión, de contención”.
Y lo ejemplifica con una anécdota: “La gente viene acá a buscar calidez. Tenemos talleres que son excelentes y además de hacer esas actividades la gente también se abre. A veces la gente o no sabe qué hacer o no le encuentra sentido a la vida. La otra vez vino una señora que tenía 85 años y, a través de las diferentes actividades, escribió un poema en el que expresaba que se sentía sola. Acá en la biblioteca tenía gente alrededor que la podía escuchar y aconsejar”.
La CONABIP, creada hace 155 años, ha sido históricamente un organismo clave para el sostenimiento de más de mil bibliotecas populares en todo el país. Su estructura federal, con representantes de todas las provincias y una Junta Representativa, garantiza que las políticas culturales no se decidan desde un único escritorio en Buenos Aires, sino escuchando la diversidad de realidades de cada región.
Eliminar esa autonomía, advierten desde las bibliotecas, es dejar a estas instituciones a merced de decisiones discrecionales y recortes arbitrarios. “Eso profundiza la desigualdad en un país tan grande y diverso”, explican desde la Biblioteca “Del otro lado del árbol”. La preocupación crece, sobre todo, en las zonas más aisladas del país. Advierten que “hay bibliotecas en el Delta a las que solo se llega en bote, otras en pueblos del norte o en medio de la cordillera. Si no se las escucha, si no se las apoya, se las condena al vacío”.
Desde la “Héctor Amoroso”, creen que “a veces es difícil poder opinar sobre algo que, como biblioteca popular, no estamos en condiciones de decir si va a ser para mejor o para peor”. Mónica y Norma, integrantes de la institución, explican su situación: “Lo que nos llega es que va a haber un cambio que puede llegar a afectar el desempeño de CONABIP, pero tampoco somos quién para asegurar que va a ser peor. Oficialmente no nos ha llegado nada concreto”. De todos modos, aseguran que la preocupación existe: “Hemos firmado petitorios para que se deje sin efecto este decreto, porque lo que leemos indica que CONABIP perdería autonomía para el manejo de fondos”.
Mientras el decreto avanza y las respuestas oficiales no llegan, en las bibliotecas populares de Olavarría las puertas siguen abiertas. Las infancias, los estudiantes, los adultos mayores, los talleres, los libros, todo sigue. Pero nada es eterno si no se lo cuida. “En estos momentos difíciles que estamos transitando, estos espacios se resignifican mucho más. Las familias, la gente, busca estos refugios, estos lugares donde la lógica es otra. Acá no se viene a comprar”, dice Andrea Fernández.
La defensa de la cultura se trabaja. Día tras día. Como hormigas. Como bibliotecarios que saben que los libros se defienden. Y que cuando se apagan los libros, se apagan también las voces, las historias, las oportunidades. Alejandra Dublanc reflexiona: “Las bibliotecas populares son espacios de encuentro, de fusión de intereses, no meras depositarias de libros, hoy van más allá, son verdaderos centros de cultura”.
Por eso, en Olavarría y en todo el país, las bibliotecas no se cierran, no se entregan, no se rinden. Siguen de pie. Como refugios culturales. Como hormigueros que, aun bajo amenaza, no dejan de construir.
(*) Trabajo realizado en el marco de la cátedra Redacción periodística I de la carrera de Periodismo de la Facso.