El ajuste universitario, en la piel de quienes lo sufren
El ajuste universitario golpea la vida de quienes enseñan y forman profesionales: 85% de la docencia bajo la pobreza, endeudamiento y oficios paralelos para subsistir. La universidad pública se defiende en las aulas y en las calles.
Fernanda Alvarez - Agencia Comunica
26/8/2025
En los pasillos de la universidad es docente e investigadora; fuera de ellos, organiza eventos para afrontar los gastos de siempre, que aumentaron considerablemente. Otro docente, con más de veinte años enseñando ciencias, comenzó por hobby a elaborar joyas artesanales y hoy lo hace por necesidad económica. Uno de sus colegas, al dejar el aula, acomoda la camilla en su casa y ofrece masajes para sumar ingresos. Hay quien, además de corregir trabajos prácticos, incursiona en el mundo de la elaboración de cremas y óleos medicinales para comercializar.
Son historias distintas, con un mismo trasfondo: la docencia universitaria ya no alcanza para sostener una vida.
En la Argentina actual, el ingreso salarial de los docentes universitarios -sobre todo en el sector público- cayó estrepitosamente. Y a pesar de la lucha por mantener la calidad, todos saben -sabemos- que si hay que sostener hogares, es necesario generar nuevos recursos económicos.
“No se trata de no caer en la pobreza, se trata de vivir dignamente”, coinciden los y las docentes universitarias que hoy suman un nuevo día de paro y lucha, con clases públicas en las diferentes sedes de la Unicen.
La capacidad intelectual es indiscutida. Se trata de docentes que, en muchísimos casos, tienen títulos de postgrado, accedieron a becas internacionales, son convocados para dar charlas o clases en otros lugares y cuentan con el reconocimiento estudiantil y de colegas. Pero no llegan a cubrir los costos de una canasta básica de alimentos. Es que, según datos del gremio Adunce, el 85% de la docencia universitaria cobra un salario que está por debajo de la línea de pobreza.
Esto se debe a que “para mantener el poder de compra de 2023, en junio se necesitó un 44% de aumento salarial”. Por si fuera poco, el aumento de julio fue 0%. Si, 0% en un país con una inflación que se siente más fuerte que los datos oficiales. Los números son contundentes: la docencia universitaria atraviesa la peor crisis económica de los últimos 40 años.
Datos y realidades
Hoy por hoy, detrás de muchas clases donde se transmiten saberes y se forman a futuros profesionales, hay un oficio paralelo, una segunda vida que empieza cuando se apagan las luces del aula. Y lo que lamentan los docentes es que “quienes enseñamos en la Universidad tuvimos la posibilidad de ahorrar, de tener un sueldo digno, de dedicarnos a enseñar y al mismo tiempo a formarnos para educar. Hoy eso cambió radicalmente”. La vocación ya no paga las cuentas, y la docencia universitaria vive hoy su propia lección de supervivencia.
Según un relevamiento del Frente de Asociaciones de Base (FAB) de docentes universitarios de Conadu, el 66% tuvo que buscar más trabajo: algunos cuentan con más horas de clase y otros emigraron hacia otras actividades. ¿Cómo hacer para ahorrar? El 93% disminuyó sus gastos recreativos, el 79% redujo la compra de vestimenta, el 70% restringió equipamiento o reparación de sus viviendas y el 64% manifestó bajar los gastos en actividades culturales, lo cual desmejora considerablemente la calidad de vida. Lo cierto es que 9 de cada 10 las docentes universitarios cambiaron sus hábitos de consumo y el 48% está endeudado con la tarjeta de crédito, pero además, manifestaron haber reducido los gastos de alimentación (un 40%) y en salud (un 22%), lo que lleva a una clara destrucción de las economías de los hogares por efecto de la motosierra sobre los salarios.
Si hay algo que distingue a los docentes de las universidades es su propia formación; participación en congresos y tareas de investigación son en algunos casos una exigencia y en otros una necesidad que permite avanzar en la vida académica. La encuesta muestra que el 58% limitó su intervención o participación en congresos, un 42% en formación académica de posgrado o similares, un 28% en tareas de investigación, un 25% en compra de materiales didácticos y un 15% en tareas de extensión universitaria.
Por eso, el segundo cuatrimestre inició con un plan de lucha mucho más fuerte, frente a la firmeza del gobierno no solo de negar aumento salarial sino de no favorecer las paritarias libres. Las medidas de fuerza no solo incluyen la no concurrencia a las aulas: en Olavarría hubo “semaforazos”, donde se sumaron docentes y estudiantes a pedir bocinas de los conductores de vehículos como modo de apoyar la docencia universitaria. Y, para asombro de los propios protagonistas, el acompañamiento fue masivo y contundente.
también hubo y habrá clases públicas.
La encuesta solicitó a la docencia universitaria definir el estado emocional con una palabra. Las respuestas fueron: cansancio, preocupación y angustia. Respecto a cómo perciben la Universidad, las palabras predominantes dan cuenta de la resistencia, la incertidumbre y el deterioro en el que se vive.
“Queremos recuperar el salario. Y también recuperar el financiamiento para la ciencia y tecnología porque eso es sinónimo de soberanía”, aseguran quienes hoy paran, dictan clases públicas y se aferran a la resistencia con estudiantes y comunidad a su lado. La angustia, la incertidumbre y el cansancio marcan el presente. Pero también lo hace una certeza: la universidad pública sigue siendo un espacio que vale la pena defender.