Análisis Ginny and Georgia: ¿Cómo se muestra la adolescencia en las series?
La tercera temporada de la serie de Netflix redobla la apuesta. Se anima a incomodar, visibilizar la salud mental con crudeza y representa a una generación de adolescentes que siente demasiado pero que se encuentran atrapados en no saber como expresarlo.
Camila Sosa - Agencia Comunica
En una serie donde la madre esconde asesinatos y los secretos se apilan como platos sucios, lo que más sorprende es poder conmover a la audiencia, no es por el crimen ni el suspenso, sino por la forma en que Ginny y Georgia retratan a las adolescencias. Enfocándonos especialmente en su tercera temporada, la serie abandona cualquier intento de comedia ligera y se sumerge de lleno en un océano de emociones sin resolver que no pareciera tener un salvavidas cercano.
¡CUIDADO! Esta nota contiene spoilers de la 3° temporada de la serie, si todavía no la has visto y querés evitar detalles claves de la trama, te recomendamos volver cuando la termines.
Porque si bien Georgia es el centro narrativo como la madre encantadora, impredecible y con una sonrisa que oculta traumas, su historia es también la que empuja a su hija Ginny y al resto de los personajes jóvenes a enfrentarse con sus propias sombras. Y ese, es el punto que hace que la serie brille.
Ginny y la ansiedad
Ginny, con su ansiedad siempre al límite, atraviesa el mundo como si caminara por un campo minado. No sabe qué versión de sí misma mostrar, ni a quién. Intenta escapar de la herencia emocional de su madre para no cometer los mismos errores, aunque tampoco puede soltarse de ellos. La ansiedad la envuelve como una capa invisible. “Estoy sintiendo demasiado, y no se como procesarlo todo… Y quiero quemarme”, dice en una de sus sesiones de terapia. Su lucha contra la autolesión no es un "tema" de la serie, es parte de su rutina silenciosa, de esos momentos en que todo parece demasiado.
El programa logra demostrar con gran honestidad cómo la ansiedad se logra meter en todas las aristas de la vida de una persona y su relación con el mundo: desde sus vínculos amorosos (como es su relación con Marcus o Wolf), o la forma que habla con su mamá y papá , su sexualidad, sus amistades e incluso, hasta su vínculo con su cuerpo.
Marcus: Una cara de la depresión
Marcus, no solo es el interés amoroso de la protagonista, sino que es probablemente el personaje que atraviesa la caída emocional más dura de la temporada. Se aísla, se cierra, deja de responder y comienza a actuar de manera autodestructiva. Es en esas actitudes que se demuestra la gran depresión que siente pero que no quiere manifestar en voz alta, aunque basta con ver como entra a una habitación y evade las miradas del resto.
Cuando llega el capítulo 10 de la 3° temporada, cuando llega junto a su hermana Maxine a la casa luego de haber salido de fiestas y sus padres los atrapan, le preguntan directamente a su hijo si él los odia para poder entender si ese era el motivo por el cual se comportaba de esa manera. Pero la reacción de Marcus, en lugar de salir corriendo y aislarse, fue un grito de ayuda, les dijo a sus padres que no los odiaba a ellos, que se odiaba a sí mismo. No hay metáforas, no hay excusas, lo único que queda es un chico roto, diciendo lo que no puede dejar de sentir hace tanto tiempo. Esa escena, breve, familiar y brutal, condensa con precisión lo que muchos adolescentes no se animan nunca a revelarles a sus padres en voz alta
Sin embargo, la serie hace algo muy valioso: no dejar ese dolor aislado. Lo demuestra desarrollando todo un ecosistema emocional que se ve afectado cuando cualquiera de los involucrados atraviesa un problema. Porque cuando Marcus se cae, Ginny se desespera. Y cuando Ginny se apaga, Maxine se siente desplazada, y así con todos los vínculos. El dolor no queda en quien lo sufre sino que se filtra en las relaciones, las amistades, los vínculos amorosos y familiares.
Maxine: una sonrisa que oculta todo
Maxine irradia energía, es intensa, graciosa, teatral, el alma del grupo y al mismo tiempo, una de las más quebradas. Su personaje encara otra forma que existe para afrontar la depresión, la que se oculta detrás de una sonrisa constante, no se permite parar, ni mostrarse débil porque es invisibilizada y caracterizada como “dramática” cuando lo hace. Llena sus vacíos con sarcasmo, fiestas improvisadas y exceso de entusiasmo, se ve luego de su ruptura con Sophie en su intento de seguir como si nada pasara.
Su dolor no estalla, se acumula. Ya que no encuentra lugar para desahogarse ni siquiera dentro de su grupo de amigas, donde comienza a sentirse desplazada por los conflictos de Ginny, el distanciamiento emocional de Abby y generando una sensación de inestabilidad total. Lo más profundo se ve en su vínculo con su mellizo, Max intenta ayudar a su hermana salir de su depresión mientras intenta disimular su tristeza y evitarles un peso más a sus padres, se convierte en el sostén emocional desde pequeña cuando su madre le dijo que debía de cuidar a su hermano y así ella lo cumple cada día sin que nadie se lo pida.
“¿Por qué siempre soy la que siente más?” se pregunta en un momento mientras está en su habitación sobre analizando muchas cosas que le han pasado en el último tiempo. Pero lo que no dice con palabras sino que la serie nos lo muestra como recuerdos, es que no se siente habilitada a mostrar cuánto le duele. Max desea que todo vuelva a ser como antes, aún siendo consciente de que eso ya no existe.
Abby y el vínculo con su cuerpo
Abby es quizás la más callada del grupo cuando la vinculamos a su dolor. Su sufrimiento no se expresa, no grita, no explota, ni interrumpe, se desliza casi invisible entre los conflictos de los demás. Pero basta con prestarle atención unos segundos para ver que su cuerpo es el centro de una guerra silenciosa, frente a un espejo se la ve observarse con desprecio, se mide, se juzga.
Hay una escena especialmente cruda en la 1° temporada, en la cual usa cinta adhesiva para apretar los muslos y esconder aquello que no soporta ver ni mostrar. No se trata solo de un trastorno alimenticio: es una relación de violencia y odio para consigo misma, con la imagen que proyecta y con la forma en que cree que debe ser para pertenecer.
Lo más doloroso es que nadie parece notarlo. No sus amigas, que están atrapadas en sus propias tormentas. No su entorno, que la da por “tranquila” o “normal”. Ese malestar no aparece de la nada: se profundiza con el divorcio de sus padres, que desordena todo lo que creía estable —su hogar, sus vínculos, su sentido de pertenencia—, y la deja sin un sostén emocional claro. Abby no pide ayuda porque ni siquiera parece saber que puede hacerlo. En una sociedad donde la imagen pesa más que las palabras, el cuerpo de Abby se convierte en su prisión, y su dolor, en algo que aprende a esconder.
Pero Ginny & Georgia no los deja solos. Los hace hablar, errar, tropezar, pedir perdón. A veces se lastiman entre sí sin quererlo. Otras, se salvan sin saber cómo. Y eso es profundamente real. La ansiedad de Ginny impacta en Marcus, la depresión de Marcus en Max, la hipersensibilidad de Max en Abby… y así, en círculo, como ocurre también fuera de la pantalla.
Lo valioso es que la serie no los infantiliza. Los trata como personas en construcción, llenas de contradicciones, con traumas que no empezaron con ellos pero que tienen que aprender a procesar. No se ofrecen respuestas cerradas, pero sí posibilidades: de hablar, de acudir a terapia, de no estar solos. “No sé si voy a estar mejor, pero quiero intentarlo”, dice Ginny en uno de los momentos más esperanzadores de la temporada. Y eso, en este contexto, ya es mucho.
Mientras algunos adultos de la serie siguen atrapados en sus propias mentiras —como Georgia, que ama a sus hijos pero no sabe cómo protegerlos sin controlarlos—, los adolescentes son quienes se permiten dudar, quebrarse, rearmarse.
Ginny & Georgia se anima a incomodar porque elige mostrar lo que a veces no se dice. Y por eso no es solo una serie sobre madres e hijos, no solo sobre crímenes y secretos: es una serie sobre crecer. Sobre crecer cuando nadie te enseñó cómo. Sobre crecer con miedo, pero con ganas de no repetir lo que dolió.