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Nueve años y 142 días: el precio de la dignidad

Llegamos a un punto de inflexión. No se trata solo del estado de situación política, social, económica o cultural. El núcleo de esta crisis es jurídico, y por lo tanto, profundamente democrático.

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Soledad Restivo - Unicen

Llegamos a un punto de inflexión. No es exagerado decirlo. Es más bien un ejercicio necesario: nombrar el momento histórico que habitamos con la claridad que requiere la urgencia. Porque no se trata solo del estado de situación política, social, económica o cultural. El núcleo de esta crisis es jurídico, y por lo tanto, profundamente democrático. Se trata de nuestras garantías más básicas, esas que no son negociables, porque constituyen la base del pacto que nos permite convivir.

Vivimos una etapa de desmontaje. De desguace deliberado de derechos que costaron décadas construir. Y mientras una parte del pueblo resiste, denuncia, organiza, otra mitad parece seguir dormida. No por ignorancia, sino por hastío, por miedo o por ese mecanismo de defensa que consiste en mirar para otro lado. Pero la historia no perdona las ausencias.

Hace nueve años y 142 días que Milagro Sala está privada de su libertad. Nueve años de una cárcel injusta, arbitraria y simbólica. Porque su detención no solo es un castigo personal: es un mensaje disciplinador hacia cualquiera que ose cuestionar el poder real. Milagro encarna una forma de organización popular que incomoda: la de los pobres con derechos, la de los descartables que construyen, la de los ninguneados que exigen igualdad.

Y hace también nueve años que se intensificó una guerra simbólica —y material— contra el kirchnerismo, contra Cristina Fernández de Kirchner, contra la justicia social, contra el Estado presente, contra la redistribución, contra el feminismo, contra la política entendida como herramienta de transformación. Esa guerra hoy ya no es solo simbólica. Tiene presos, tiene exiliados, tiene hambre, tiene miedo. Tiene un gobierno que celebra el caos mientras vende libertad sin derechos.

Estamos ante un nuevo régimen, que no llega con tanques, pero sí con trolls, decretos y cadenas nacionales de cinismo. Que no necesita cerrar el Congreso para vaciar la democracia. Que hace del ajuste una épica, del despojo un modelo, de la crueldad una virtud.

Pero también estamos en un momento de despertar. De sembrar preguntas donde hay silencio. De hablarle a esa mitad que aún no se enteró, o que eligió no ver. De disputar sentido, de recuperar la política como acto de amor colectivo. Porque cada retroceso se cocina en la indiferencia, y cada avance se construye con organización.

No alcanza con indignarse. No alcanza con tener razón. Es tiempo de transformar la bronca en estrategia, la tristeza en abrazo, la desesperanza en militancia. Por Milagro, por Cristina, por todes. Por la memoria, por el presente y por el futuro.

Porque el futuro —aunque nos lo quieran robar— todavía nos pertenece.