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Nuevos espacios en el Bioparque municipal de Olavarría

La Máxima: la naturaleza abre sus puertas

Con un nuevo anfiteatro, senderos renovados, miradores y mejoras, el Polo Educativo y Recreativo que funciona en “La Máxima” volvió a abrir sus puertas como un espacio de encuentro, aprendizaje y disfrute para toda la familia.

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Milena Galiano (*)

2/6/2025

Dispersos como somos, la tierra siempre nos vuelve a encontrar juntos. Este sábado, familias enteras, criaturas sorprendentes y la ciencia, se reunieron para celebrar la apertura de nuevos espacios en el Polo Educativo y Recreativo “La Máxima”. También el intendente Maximiliano Wesner, junto a funcionarios de su gobierno, recorrió el predio y participó de las propuestas.
El sol apareció prometiendo una tarde perfecta para el encuentro. En la entrada, todos recibían un mapa del lugar, que se convertía en un enigma por resolver, una búsqueda del tesoro con sorpresas en cada rincón. Además, los ingresantes encontraban un mensaje contundente: “Respetemos la naturaleza, es nuestra casa común”. Pero el cartel no sólo era una bienvenida, era también una advertencia: cuidado, no vinimos solo a entretenernos, sino a reencontrarnos con la naturaleza.
La puerta del Reptilario se abrió para la primera visita guiada. Cruzar esa puerta era entrar a un mundo de escamas y pupilas que observaban sin pestañear. La yarará grande, la culebra marrón y la boa constrictora aguardaban dentro. Al lado del Reptilario, Ezequiel convocaba a los niños a su taller “Ponete en la piel del animal”. Los pequeños, con ojos de sorpresa, pedían emocionados que les pintaran la cara como su animal favorito. “Celebremos juntos la diversidad biológica”, se veía escrito en la pizarra a su lado.
En un rincón del bioparque, la “Granja Educativa” invitaba a detenerse. Ivone, con su voz cálida, presentaba a los animales. “Gracias a ustedes, ellos están disfrutando de su mejor merienda”, repetía, mientras ovejas, burros y gallinas recibían su alimento. Los niños se sentían protagonistas de una gran hazaña, alimentando a quienes comparten nuestro espacio natural.

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Más lejos, la Plaza Eureka vibraba de entusiasmo. Los juegos, junto al anfiteatro, eran un desafío de destreza. Simultáneamente, el show “Circo Elvira” provocaba carcajadas con un payaso de nariz roja. La risa colectiva parecía resonar en cada centímetro del anfiteatro.
Junto al bullicio festivo, se abrían las puertas en el Museo de las Ciencias. Múltiples talleres para niños esperaban. En las salas 9 y 10, la física se volvía juego y asombro. Un cartel invitaba a “experimentar con los fenómenos presentes en nuestra vida cotidiana y en todo lo que nos rodea”. A pocos pasos, la Sala 8 abría una ventana al pasado: gliptodontes, carpinchos gigantes y mastodontes se alzaban como testigos fósiles de un mundo antiguo. Al salir, la sensación inevitable era: habitamos un planeta en constante transformación.
Conectado al museo se encontraba el taller “ADN Raíces Mineras” en el Centro Interdisciplinario de Innovación Tecnológica. A través de presentaciones interactivas, fragmentos de roca pasaban de mano en mano, y al ser observados con lupa, revelaban grandes misterios.
Hacia el bioparque, el “jote cabeza negra” estaba reposando en la esquina de una jaula. Pero el misterioso animal solo era visible para los más curiosos. Su plumaje oscuro era un velo que ocultaba la carne gris del cuello y de la cabeza. No era el ave más llamativa, pero sí la más enigmática. Los niños se acercaban intrigados, buscando el animal, y cuando finalmente lo veían, gritaban de sorpresa. ¿Qué significa mirar a los ojos a un ser distinto y descubrir que él también nos está mirando?

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Los pavos reales, libres de toda barrera, eran el broche de oro. Caminaban por el parque junto a los visitantes, desplegando sus plumas azules y verdes. Los niños corrían tras ellos, atraídos por el despliegue de colores. Cuando un macho decidió abrir las alas, la multitud contuvo la respiración. Era imposible no suspirar ante ese espectáculo visual.
En la salida regalaban un sticker como souvenir, que invitaba a recordar que el respeto al entorno no termina cuando dejamos la entrada, sino que nos acompaña en cada paso que demos.
Si la naturaleza es nuestra casa común, aquella tarde cada uno se convirtió en un inquilino consciente. No basta con habitarla, hay que protegerla.

(*) Crónica elaborada en el marco de la cátedra Redacción periodística I, de la carrera de Periodismo de la Facso