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Mujeres en sectores masculinizados

Entre el polvo y el prejuicio: trayectorias que disputan el derecho al trabajo en la minería local

Desafiando estructuras tradicionales y generando nuevas formas de organización y pertenencia, un grupo de trabajadoras del sector minero en Olavarría relatan su lucha por una equidad de género en el ámbito.

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Desde la cantera Galasur, Nelba Porcel desafía el prejuicio a bordo de un camión de treinta toneladas. (Cortesía de Nelba Porcel)

12/5/2025

Camila Sosa - Agencia Comunica

A las cinco de la mañana, cuando la ciudad todavía duerme, el motor de un camión retumba en las afueras de Olavarría. El volante del volquete está firme entre las manos de Nelba Porce, quien durante años logró romper no solo con el silencio del amanecer sino también con los estereotipos que por décadas definieron quién podía y quién no, manejar una máquina de treinta toneladas en una cantera.
Ya jubilada, pero con el oficio intacto en su relato, Nelba recuerda su recorrido con la misma claridad con la que tomaba el volante del volquete cada mañana.
“No sé si sentirlo como una lucha”, dice mientras acomoda su casco y repasa mentalmente la ruta que hacía cada día. “Pero sí me di cuenta de que abrí una puerta… y cuando se abre una puerta, se abren nuevas oportunidades.” Incluso hoy, luego de su retiro, esa puerta no se cerró ya que detrás vienen otras mujeres con nombre, historias y determinación templada por su esfuerzo.
La historia de Nelba es apenas una de las tantas que se tejen en silencio entre el polvo y los escombros. Sin embargo, la suya en particular guarda un hito: fue la primera mujer en la provincia de Buenos Aires en entrar a trabajar a una cantera: Galasur. Durante años, el rubro minero en Olavarría se sostuvo con una composición casi exclusivamente masculina, pero algo comenzó a cambiar. Con paso lento pero firme, algunas mujeres comenzaron a abrirse camino en este universo de maquinarias, jornadas extenuantes y prejuicios persistentes.
En medio del desconcierto global que dejó la pandemia, mientras se redefinían rutinas y se desmoronaban seguridades, un grupo de mujeres encontró en la organización una forma de resistencia. De este modo nació Mujeres Mineras de Olavarría (MMO), una agrupación impulsada por trabajadoras decididas a construir un espacio propio, donde se puedan compartir experiencias, proyectar nuevas posibilidades y, sobre todas las cosas, acompañarse. No fue por una consigna ni una política pública. Fue una necesidad, una urgencia silenciosa que se volvió colectiva en un momento clave.
Soledad Lao, quien en fue una de las coordinadoras y referentes del grupo, recuerda con claridad esos primeros encuentros: virtuales, dispersos y con timidez. “Queríamos entender si lo que nos pasaba era algo individual o formaba parte de algo más grande”, cuenta. Pero cuando se reunieron por primera vez, la respuesta no tardó en llegar: eran muchas y todas compartían esa sensación de estar limitadas, con una pared invisible que dividía sus capacidades de las oportunidades que podían alcanzar.
Lejos de quedarse solo en simples encuentros, las integrantes de M.M.O comenzaron a moverse. La capacitación surgió como una herramienta de apoyo y compartir saberes se volvió una práctica cotidiana. “Si una está capacitada en auto elevadores, se pide permiso para poder aprender con ella a conducirlo también. Empezamos a formar nuestra propia red de formación” relata Lao. Así el conocimiento se convirtió en un puente y estrategia para resistir y avanzar.

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Entre la inmensidad de las piedras, el trabajo femenino se abre camino.

Así, poco a poco, las mujeres comenzaron a ganar visibilidad en un ámbito que parecía blindado. Si bien muchas ya trabajaban en canteras y otros espacios del sector, todavía sentían que pesaban sobre ellas prejuicios que ponían en duda su capacidad. No se trata solo de sumar más nombres a las planillas: quieren que se reconozca su formación, su experiencia. Que su presencia no fuera vista como excepción ni como algo simbólico. Querían que se entendiera, de una vez por todas, que la fuerza, la precisión y el conocimiento no tienen género.
Ese impulso no se detuvo del todo. Aunque Mujeres Mineras de Olavarría hoy ya no está en funcionamiento como colectivo, algunas de sus integrantes siguen apostando a la formación. Nelba, por ejemplo, dicta actualmente cursos cuatrimestrales sobre maquinarias pesadas en el Instituto de Formación Profesional N.°401, ubicado en la calle Brown al 3000, con la convicción intacta de que aprender también es una forma de abrir caminos.
Aún hoy en día las barreras persisten. Hay empresas que todavía dudan, que analizan una y otra vez con lupa cada currículum femenino, que ponen excusas en la falta de experiencia o en las supuestas condiciones físicas que se exige por la pesadez del trabajo como tal. “Muchas ya están capacitadas en el uso de retroexcavadoras, palas mecánicas, herramientas pesadas… Lo que falta es la voluntad para incluirlas de una vez”, determina Nelba.
En el fondo, el problema es más profundo que una simple política de contratación. Se trata de un cambio cultural: dejar de asociar lo técnico con lo masculino, dejar de pensar en este trabajo como una cuestión de fuerza bruta y empezar a mirarlo por lo que es, un entramado de saberes, habilidades y aptitudes que no tienen género.
La cantera, ese lugar que durante tanto tiempo fue símbolo de lo inaccesible para ellas, hace tiempo está en proceso de transformación. No sin resistencia, no sin retrocesos, pero con una fuerza que ya no se puede ignorar. Quizás no se trate de una lucha, como dice Nelba. Pero hay algo claro: el cambio ya comenzó. Y cuando una puerta se abre, otras siempre la siguen.