destacadas

 “La verdad no me la iban a traer, la tenía que salir a buscar”

La historia de Daniel Santucho, un nieto recuperado por Abuelas de Plaza de Mayo que vivió durante más de 40 años con una identidad falsa. Una vida marcada por silencios, miedos y el peso de la fecha de su cumpleaños: 24 de marzo.

Daniel Santucho

Agencia Comunica- Brauton Victoria
08/04/2025

Durante años, Daniel Santucho convivió con una sospecha que le pesaba en el cuerpo. No tenía pruebas, pero había gestos, frases sueltas, silencios que decían más que las palabras. Una verdad escondida que no terminaba de nombrarse y que se manifestaba cada vez con más fuerza, especialmente cada 24 de marzo, cuando algo en su interior se removía con una fuerza inexplicable.

“Yo nací un 24 de marzo. Y no me podía olvidar. Por más que tratara de hacerme el boludo, la fecha estaba ahí, me venía siempre. Y me dolía”, dice Daniel, hoy con voz firme pero cargada de emoción, al recordar esos años en que la sospecha lo carcomía por dentro.

Creció en una familia donde se elogiaba abiertamente a los militares. En su casa se miraba televisión y se insultaba a las Madres de Plaza de Mayo. “Yo también repetía eso. Lo mamé desde chico y no lo cuestionaba”. Pero algo hizo clic cuando, a los 12 años, vio por primera vez La noche de los lápices. “Sentí una contradicción tremenda, no podía entender cómo podía pasar eso y por qué me decían que estaba bien”.

Con el paso del tiempo, las dudas se hicieron más grandes. Una hermana de crianza fue la primera en decirle que quizás no era hijo biológico. “En ese momento no hice nada, tenía miedo, me sentía solo”, recuerda. Aunque comenzó a investigar, no tenía herramientas ni apoyo para avanzar. Y el hombre que lo crió (a quien consideraba su padre) no hacía más que negarlo todo.

“Me decía que estaba loco, que no dijera estupideces. Me trataba como un desequilibrado”. Daniel elegía no romper el vínculo. “Yo no podía meter preso a mi papá”, repite varias veces a lo largo del relato, como una forma de explicarse (o perdonarse) por no haber actuado antes.

La vida siguió. Daniel formó una familia, tuvo dos hijas, pero las dudas nunca se fueron. Todo lo contrario. Cada vez que las inscribía en el registro civil, el vacío se agrandaba. “Cuando firmaba como padre, sentía que estaba cometiendo un delito. Era raro, no puedo explicarlo. Había algo en mí que sabía que no estaba bien”.

Durante la pandemia, convivió con su apropiador, y la relación se volvió insostenible. “Yo me empecé a dar cuenta de muchas cosas. Me mentía con cosas mínimas todo el tiempo. Y pensé: si puede mentirme con eso, también puede mentirme con esto”.

Buscó ayuda terapéutica. “La psicóloga me dijo algo que fue un antes y un después: ‘La verdad no te la van a traer, la tenés que salir a buscar vos’. Ahí entendí que nadie iba a venir a resolverme esto. Que tenía que hacerlo yo”.

El primer paso fue animarse a hablar con amigos y con su compañera. Y luego, con Abuelas de Plaza de Mayo. “Me recibieron con una calidez impresionante. Yo tenía miedo, pensaba que no me iban a creer, pero me escucharon, me dijeron que no estaba solo”.

Con el acompañamiento de Abuelas, Daniel inició el proceso judicial. Recuperó su fe de bautismo y ahí apareció una de las pruebas más contundentes: había sido bautizado cinco días antes de su supuesta fecha de nacimiento.

Su caso llegó al Banco Nacional de Datos Genéticos. Y aunque la confirmación oficial llevó su tiempo, ya no había vuelta atrás: Daniel era hijo de desaparecidos. Su identidad había sido borrada, manipulada. Y su historia, arrancada de raíz.

Hoy, más de 40 años después de aquel 24 de marzo en que nació, Daniel reconstruye los pedazos de su biografía. Recompone lazos, conoce familiares, y se enfrenta a una verdad que (aunque dolorosa) le devolvió el derecho a saber quién es. Daniel supo de su identidad en 2023 e inmediatamente se reencontró con su hermano y su hermana, que lo recibieron con los brazos abiertos. La vida le tenía una buena noticia extra: su papá biológico vive, y hoy tiene la posibilidad de compartir tiempo con él.

“Lo más fuerte fue darme cuenta de que viví toda mi vida con una identidad falsa. Que me robaron mi historia. Pero también sentí alivio. Porque ahora puedo empezar de nuevo, desde la verdad”.

Su testimonio, como el de tantos otros nietos y nietas recuperados, no es solo un relato íntimo. Es una denuncia viva, una herida abierta, un llamado urgente a la memoria y a la justicia. Y un mensaje claro para quienes aún dudan: la verdad, por más dura que sea, libera.