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La revolución del consultorio

En tiempos de pantallas, el encuentro con el otro se convierte en un lugar para mirarse a los ojos. Donde importa aquello que somos y no lo que mostramos; lo que sentimos y no solo lo que decimos.

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Joaquín Crespo Izzi - Colaborador (*)

11/11/2024

En los tiempos que corren, es interesante plantear el espacio del consultorio en términos de rebeldía. Aparece como disruptivo este lugar en el cual durante un prolongado lapso de tiempo dos personas se sientan, se miran y conversan. El simple hecho de conversar se ha vuelto extraordinario.

Sentarse a mirar al otro a la cara, tener registro de sus movimientos y disponerse a oírlo es una rebeldía en tiempos donde las pantallas gobiernan nuestro tiempo, valga la redundancia. Además aquella persona que está sentada escuchando, prestando solo atención a lo que el otro dice, hace, manifiesta o intenta transmitir incluso más allá de sus palabras, busca en última instancia interpelar al sujeto que vino a terapia.

En reuniones con amigos, en almuerzos familiares, en reencuentros esperados, en primeras citas e incluso en los divorcios las pantallas tienen un lugar privilegiado, un espacio de opinión. Nuestra propia palabra queda en segundo plano. La subjetividad se ve afectada en el momento en el que las pantallas forman parte de la conversación o, por el contrario, nos sacan a nosotros de las conversaciones.

El comportamiento habitual de las personas frente a una cámara no suele ser demasiado real. Ni el plato de comida es tan rico como se ve en las fotos, ni las personas sonreímos todo el tiempo, ni las parejas son tan perfectas, ni las mascotas siempre son adorables. Por lo cual podríamos plantear que cambiamos a un otro real que se presenta físicamente frente a nosotros, por un otro digital que también nos habla. Pero quien nos habla a través de las pantallas no nos está hablando a nosotros como individuos, sino a un consumidor. Ahí es donde otra vez el consultorio se vuelve revolucionario.

En análisis el otro importa. El saber lo tiene el paciente y lo que él diga es clave para el tratamiento. La revolución no se trata de un cambio en la práctica de la psicoterapia, si no que el consultorio es un espacio revolucionario porque allí adentro se hace lo que no se hace afuera: estar con el otro.

Los niños quieren jugar y encuentran ahí una persona que está dispuesta a jugar con ellos durante el tiempo que comparten, alguien que los escucha no solo con los oídos, sino también con los ojos. Los adultos expresan emociones y se encuentran con alguien que no intenta acallar sus sentimientos, sino validarlos. Que frente a la incomodidad que genera el llanto o el silencio no agarra el celular, sino que sostiene la escena. Un otro que les da espacio y dispone su tiempo solamente para escuchar y estar.

En un mundo cotidiano donde el celular y las computadoras son interlocutores, el consultorio se abre como un espacio analógico. Donde importa aquello que somos y no lo que mostramos, lo que sentimos y no solo lo que decimos.

Cada semana llegan pacientes, incluso en modalidad virtual, y cuando comenzamos a hablar uno puede registrar dos actos fundamentales para el correcto desempeño de nuestro trabajo. La persona toma el teléfono, lo pone en no molestar, coloca el dispositivo boca abajo y lo aparta o lo guarda en el bolsillo. En caso de que llegue a sonar todos se disculpan. No se disculpan con el terapeuta, sino con el espacio. No le están faltando el respeto al psicólogo o la psicóloga, ni lo están distrayendo, piden perdón porque se distraen ellos mismos.

A principios de siglo aún creíamos que el psicólogo era para los locos. Ahora “los locos” se quedan afuera del consultorio. El psicólogo es para todos aquellos que buscan un espacio donde se pueda mirar a un otro, ser mirado y sentir que alguien registra lo que decimos.

Hace algunos años escuché a un médico decir que en el futuro iba a haber campañas para dejar el cigarrillo y el celular en la misma escala. El futuro está llegando, o llegó hace rato. Llegará un momento en que la revolución del consultorio deberá llevarse afuera, y será tarea de quienes decimos trabajar por el bienestar del otro, concientizar sobre la importancia de dedicarnos tiempo, sin pantallas, los unos a los otros.


Joaquín Crespo Izzi es Psicólogo (UBA). Escritor de la novela "El recuerdo que nos une", recientemente presentada en Olavarría.