Notas

A dos años del día en que cambió el mundo

La rutina, las formas de vinculación, las costumbres, el trabajo, la organización político económica, el sistema de salud y hasta la noción del tiempo. Todo cambió desde el 20 de marzo de 2020. Dos años después, lo que nos dejó la pandemia.

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Fernanda Alvarez y María José García - Agencia Comunica

“Tercer mes del año. Me despierto y todo indica que la rutina matutina acontecerá en un día tan ordinario como los anteriores. Otro día en el que el calor del verano se despide de a poco y la brisa fresca nos da los buenos días. Todo transcurre con normalidad: desayuno, vestimenta, colectivo, trabajo o estudio. Entre medio de los primeros, alguna ojeada a los noticieros. El covid-19 está siendo debatido y su origen aún es incierto. La OMS ha declarado un estado de pandemia y muchas fronteras se han cerrado. En la pantalla de la TV, muestran un gráfico que visibiliza la expansión del virus y el número de personas que se lleva consigo. Primero Asia, luego Europa, ahora Latinoamérica. De esta forma, pareciera que el nuevo coronavirus absorbe de a poco al mundo aunque, en realidad, lo haga a pasos agigantados. Tan lejos pero a la vez tan cerca, pienso. Aun con la incertidumbre que esto me genera, sigo sin creer que el covid-19 llegue a afectar en mi rutina. Parece ser cosa de otros países. Tomo mi bolso y mi abrigo, antes de salir de casa, y hago como si nada pasara. Sin embargo, algo me genera intranquilidad.
Llego a mi hogar, ya es de noche. Guardo mi abrigo, cambio mi ropa y me acomodo en el sillón para reflexionar sobre el día de hoy. Abro las redes sociales, prendo la televisión. Mientras tanto, el horno se va atemperando y alberga en su interior un par de verduras con un trozo de carne. De repente, un comunicado presidencial irrumpe en la sala y se lleva toda mi atención. El Presidente habla sobre la pandemia. Luego de un par de estrofas introductorias, anuncia que han decidido iniciar un aislamiento social en todo el país. No sé qué pensar. No puedo pensar, de hecho, porque aún no lo puedo asimilar. Vuelvo a escuchar. Lo digiero. Los noticieros, de repente, se convierten en la nueva serie apocalíptica de Netflix y nosotros somos sus actores de reparto.
Pasan los días y la cuarentena estricta comienza a regir. Las tiendas cierran. Los restaurantes también. Las escuelas, jardines y universidades entran en stand by. Las personas se quedan en sus casas y el noticiero se convierte en la ventana que da a la calle. Es el comienzo de un largo periodo de incertidumbre, miedos, cambios, adaptaciones, pérdidas y descubrimientos”.

20/03/2022

Resulta lejano recordar las calles olavarrienses desoladas y silenciosas. A las 10 de la mañana, a las 5 de la tarde, a las 9 de la noche. Parece de otra época rememorar las clases por zoom -que en algunos casos persisten- el gimnasio on line y las largas horas dentro de casa por la cuarentena. Resulta cruel la muerte en soledad y el aislamiento obligatorio que, con la realidad de hoy, es más fácil juzgar. Nuevas palabras, nuevos comportamientos, “nueva normalidad” en un mundo que nos puso patas para arriba y nos hizo creer que seríamos más empáticos y solidarios. Ni lo uno ni lo otro. Los escraches a los primeros contagiados, las fake news, la desobediencia a las reglas de cuidado, las campañas antivacunas demostraron que a la maldad del ser humano no hay pandemia ni encierro que la detenga.

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Hoy, después de dos años del decreto que establece reglas diferentes a la vida cotidiana, las secuelas sociales y psíquicas se siguen observando. Recién ahora la vida universitaria retoma a la presencialidad, mientras que en las escuelas el barbijo sigue siendo una obligación y para muchos - a esta altura- una incoherencia ya que no se usa en otros ámbitos y junto a la vacunación casi completa perdería sentido preventivo.
El comienzo de la pandemia en la Argentina cumple dos años y, en el medio, miles de sucesos generaron debates, enojos, incertidumbres, esperanzas, desilusiones y millones de vidas trastocadas por “el enemigo invisible”.
En la cuarentena estricta e “inflexible”, tal como la definió el presidente en aquel entonces, se restringieron vuelos y se repatriaron argentinos por el mundo mientras los casos empezaban a aparecer. Las imágenes europeas mostraban fosas comunes de muertos por Covid que enlutaban a diferentes países y hacían temer por una situación similar de este lado del océano. En Olavarría, el primer caso llegó a comienzos de abril. Y la solidaridad prometida se transformó en escraches a la casa del matrimonio cuyo contagio parecía ser un pecado capital. Los controles en los acceso de la ciudad eran cuestionados y venir desde Capital a la ciudad transformaba al ciudadano en portador de todos los males.

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La imagen presidencial creció al comienzo de la pandemia, del mismo modo que decreció cuando la pobreza se agudizaba y la economía argentina evidenciaba su debilidad.
Sin otra herramienta preventiva que el no contacto entre personas, el aislamiento fue central para evitar contagios y preparar un sistema de salud que estaba sumamente deteriorado. Pero de golpe, y con más tiempo ocioso, nos encontramos contando respiradores artificiales, opinando sobre los tiempos que demanda la creación de una vacuna y el sentido común se apropió del conocimiento científico.
Puertas adentro de los hospitales, el personal de salud suplicaba por los cuidados en el afuera y adquiría equipamiento de astronauta más que de médicos o enfermeros/as. Y vivía, como nunca, la muerte en soledad dentro de las terapias.
Adiós a las fiestas de cumpleaños, las despedidas, los viajes de egresados, las salidas a comer.
Pobre de aquellos que creímos que el tiempo de aislamiento sería corto. La realidad golpeó el doble y dolieron las distancias físicas de los seres más queridos. Extrañamos los abrazos, el mate compartido, la charla cercana. Y nos acomodamos, como pudimos, a la generación de algunos nuevos lazos, diferentes, a través de las redes. La educación trasladada a las pantallas fue el máximo exponente de esto: explicaciones virtuales y el estrés que generó en docentes y estudiantes la no presencialidad.
Los dos años dejaron también vocablos nuevos que no eran parte de nuestra cotidianidad: hisopado, vínculo estrecho, anosmia, comorbilidad, barbijo, alcohol en gel, fases, protocolos, inmunidad de rebaño, mutaciones. Llegaron, y aún perduran en algunos casos, los saludos con puños. Pero volvieron los abrazos y los encuentros tan necesarios.
Las vacunas marcaron un antes y un después. A pesar de las críticas y las dudas, quedó demostrado que es la única prevención científica que frena la pandemia.

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Hoy, luego de un largo periodo de controversias, todavía no queda del todo claro si la manera en la que actuamos como sociedad fue la correcta. Quizás, podrían haber habido otras formas. Quizás empezamos con el pie izquierdo. Y, quizás, no todos quedaron conformes. Sin embargo, algo que quedó plasmado en la historia y en nuestras experiencias de vida, es la certeza de que no estamos preparados, aún, para afrontar colectivamente situaciones de este nivel.
La individualidad, el conformismo, la sumisión y los sesgos son características de nuestra estructura social.
A pesar de todo, podemos decir que la adaptación al ASPO trajo con ella algunas cuestiones que, pareciera, llegaron para quedarse: el aceleramiento de la virtualización, las reflexiones en torno a la educación, la desnaturalización de prácticas antihigiénicas, entre muchas otras cosas.

Quienes pudimos, acá seguimos. Como pudimos. El virus que nos confinó, nos liberó, nos mostró desde corazones abiertos hasta las mezquindades más bajas, también sigue. Distinto. ¿Como nosotrxs? La respuesta es de quien lee.