Notas

Educación universitaria detrás de los muros: el pedacito de libertad

Las luchas internas, el acceso al conocimiento, al pensamiento crítico y a la revisión de la propia historia. Testimonios de estudiantes dentro de la cárcel que encuentran la libertad en un texto académico.

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Fernanda Alvarez - Agencia Comunica

3/1/2022

“Muy buenas tardes audiencia de Telarañas. Mi nombre es Franco y hoy vamos a hablar de la violencia en estos tiempos difíciles. ¿Qué es la violencia para ustedes queridos oyentes?”.

La voz resuena clara en Radio Universidad, aunque fue grabada fuera del estudio, en un espacio especial de la Unidad 38.

-En el tercer bloque Telarañas entra con todo a los barrios populares para contar el trabajo invisibilizado de la economía popular en aquellos sectores más empobrecidos por la pandemia. Vamos encendiendo los motores para entrar de lleno en el programa.

Suena la potencia de los acordes de Que ves?, de Divididos. Y Franco ya dejó atrás sus nervios iniciales, mira la luz roja que dice AIRE y se acerca al micrófono sin temores. Confía. Y disfruta de hacer radio y de recorrer, cada vez que se lo permiten, los pasillos de la Facultad que le abrió las puertas adentro de la cárcel donde cumple condena. Tiene 27 años, hace 8 que la Justicia lo condenó y anhela el momento en que pueda recuperar su libertad. Con título universitario incluido.
Franco era mi vecino, lo vi jugar y crecer. Y hoy hablamos de libertad, de violencia, de aprendizajes. Y de Marx.

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“Yo cuando entré no sabía leer, así que hice la Primaria, después la Secundaria y ahora acá estoy”. El que habla es Esteban, de 51 años. Hoy tiene la posibilidad de hacer los deberes junto a sus hijos y de “tener más autoridad” -según sus propias palabras- a la hora de decirles que estudien.
De su vida en la calle a la cárcel pasaron muchos años, pero nunca estuvo en un aula. En la Unidad 38 decidió ocupar su tiempo en estudio y se descubrió a sí mismo asombrado al descifrar palabras desconocidas y usando una computadora. “Para los números si era más vivo”, ironiza.

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Juan Pablo tiene 32 y está en 3er año de Comunicación Social. “Acá el mayor logro es levantarse cada día y tomar la fuerza de hacer algo sabiendo la realidad en la que estamos”. Leonardo tiene 27 y está a su lado. Cursa 2do año de Sociología en la UNLP y asegura que además de la lectura obligatoria, adquiere herramientas constantemente. “La tolerancia y la paciencia también se aprenden”, sentencia.

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Es martes por la mañana. Afuera hay sol y el año se termina. Después de pasar dos garitas de control, logro llegar al Centro Universitario que funciona en el primer Piso de la Unidad 38 de Sierra Chica. Afuera quedaron los guardiacárceles. En ese espacio no hay lugar para el Servicio, aunque su presencia, lógicamente, se hace sentir. Adentro del salón que nos reúne, un televisor muestra un profesor en una clase virtual. La entrevista se mezcla con las explicaciones y las dudas de los estudiantes.
El programa de Educación en Contextos de Encierro de la Facso funciona desde 2009. Hoy, unos 129 internos de las Unidades Penales 2, 7, 27, 38 y 52 son estudiantes universitarios y planean obtener un diploma que acredite que hay aprendizajes nuevos y valiosos dentro de los muros. En la 38, de 8 a 17 todos los días, las clases se desarrollan en un espacio propio que construyen y cuidan cada día los más de 40 participantes. No es fácil. “Esto se gana y es un espacio donde hay discusiones y debates todos los días, porque son temáticas que nos atraviesan a todos”, coinciden.

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Con el servicio penitenciario el vínculo es complejo. Si bien los permisos existen, el grupo sostiene y defiende el espacio. Y la realidad indica que muchas veces hay autorizaciones para concurrir hasta la facultad a rendir un final, y de golpe aparecen las contra indicaciones: “no hay vehículo disponible”, “no hay oficial para el traslado” o “no están vacunados”, aunque estén. Es que en el mundo carcelario nunca hay un solo castigo.

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Varios estudiantes ya habían empezado en otras unidades carcelarias y con los traslados perdieron materias o cambiaron de carrera. No siempre se estudia lo que a cada uno le gusta, porque las opciones no son tantas. “Yo soy veterinario, pero me gusta conocer cosas nuevas. Y usar el tiempo en algo más productivo”, confiesa uno de ellos.

Leonardo, quien cursa su 2do año de Sociología, asegura que “me costó, hay palabras que no entendés, te cuesta adquirirlas, hay que buscarlas en el diccionario. Pero pasando esta puerta no estamos en la cárcel; estamos en centro universitario y te cambia el pensamiento. Tratamos de incentivar a otros para cambiar nuestro vocabulario, que no se tome esto solo como un beneficio sino que lo adquieran para el día de mañana ayudar a sus hijos y tener herramientas para desenvolverse en el afuera”. Franco coincide: “es difícil al principio, pero después te vas dando cuenta que podes agarrarle agilidad a los textos y hay otras formas de estudiar”.

Otro de los jóvenes tiene 22 años y un hijo de 5. “Al principio capaz que venía para hacer algo, , pero después me empezó a gustar”. Igual que en el “afuera”, cuando tantos comienzan a estudiar una carrera porque es la imposición social. “En esos casos nosotros nos pregutamos que les ofrecemos para que se interesen?”, comenta Pablo. “Y hay varias cosas como trabajos de diseño, biblioteca, no solo las carreras”.
Cesar, con 50 años, también terminó sus estudios secundarios en la cárcel y rescata que “después tenés la mente más abierta”. Los estudiantes saben, y sienten, que si bien por un lado se reclama socialmente la reinserción, también prevalecen discursos represivos y de castigo. “A la sociedad capitalista le molesta que alguien quiera recibirse acá. La cárcel no es un lugar de reinserción, la cárcel es para castigo”, asegura Juan Pablo. “Acá hay pibes excluidos de toda la vida, que pasaron todas las desigualdades sociales y vienen a seguir sufriendo la desigualdad. Se lucha para estudiar, para la salud, para comer, para todo. Es como que esa falta del estado que sufrimos afuera, sigue adentro, pero legalizado. Intentamos luchar contra eso, y el pibe que viene a la universidad empieza a conocer sus derechos”. Porque la limitación es de circular, pero no de pensar.

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Franco asegura que la educación universitaria dentro de la cárcel “me dio una herramienta para autocriticarme y poder revisar la visión que tenía de la sociedad, de mis pares, de lo que yo quería hacer y ser. Me demostró que lo que yo conocía no era lo único y que podía resolver los conflictos de otra manera”.

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Nicolas estudia Derecho, tiene 28 años y hace 6 que está detenido. Con los traslados a diferentes unidades penales debió abandonar, pero pudo retomar la cursada virtual. “Costó llegar hasta acá. La rotura de vínculo es la primera medida de coerción. Pero yo ya sueño con recibirme”.
Juan Pablo asume que “tuve la suerte de conocer una realidad distinta de la cárcel, ojalá podamos mostrarle a otros que hay otra realidad, que se pueden aprovechar estos años y pensar en un futuro. Que los años que estamos acá podemos hacer algo”.
Miguel, que tiene 63 años, piensa estudiar Ingeniería una vez que salga. “Siempre me gustó el estudio pero no le había dado importancia hasta que llegué a este nido”, reflexiona.

Todos consideran a la educación como un espacio de reinserción. “ El trabajo en la cárcel no es reinsertarse, es esclavo. Trabajas a cambio de un buen informe, o de un churrasco. Eso no es trabajo, ni es saludable ni dignifica. La educación si”, asegura uno de ellos.
-Y te hace crecer?
-Claro que sí. No hay dudas.

Detrás de los relatos se sigue escuchando la clase: ¿Qué relación pueden hacer con los autores que leímos?”, indaga el docente.
A las 5 de la tarde cada uno vuelve a su celda, a sus pabellones, a la supervivencia, al cumplimiento de la condena (quienes la tienen). Pero, paradójicamente, allí se sienten aires de libertad. En ese espacio hay lugar para el debate, la autocrítica, la búsqueda de la reinserción y la planificación de un futuro que supere el pasado. (Facso - Agencia Comunica)